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Es una situación compleja. Una combinación de agravios (algunos de ellos reales, otros inventados) alimentó este movimiento. Estaba la crisis económica que golpeó a España con bastante fuerza desde 2010. El desempleo llegó al 25%, y al 50% para los más jóvenes (de 18 a 24 años), y no hubo una respuesta rápida. Esto provocó un malestar social que, combinado con los agravios históricos y una agenda nacionalista, ha alimentado el movimiento nacionalista catalán. El gobierno de centro-derecha del Partido Popular en Madrid ha intentado hacer frente a la situación económica con fórmulas únicas procedentes de Bruselas y Berlín, como duras medidas de austeridad y un estricto control del déficit. Esto también ha supuesto un mayor control de las finanzas de las comunidades autónomas, que son diversas tanto en sus realidades económicas como en el nivel de devolución de sus finanzas. El Partido Popular tampoco es partidario de una idea federal de España y ha intentado la recentralización para mantener a raya el déficit fiscal. Esto ha supuesto una gran oportunidad para que los partidarios del nacionalismo catalán se enfrenten a él con el fin de conseguir el apoyo que necesitan para su objetivo final de independencia.
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La Ley del Referéndum de Autodeterminación de Cataluña contenía la disposición de que, en caso de un resultado a favor de la independencia, ésta debía declararse en las 48 horas siguientes al recuento de todos los votos. El presidente catalán, Carles Puigdemont, lo confirmó el 3 de octubre durante una entrevista exclusiva con la BBC, diciendo que “vamos a declarar la independencia 48 horas después de que se cuenten todos los resultados oficiales”[9].
Tras afirmar que consideraba el referéndum válido y vinculante, Puigdemont optó por utilizar la expresión “asumo el mandato del pueblo para que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república”, antes de añadir que “pediría al Parlamento que suspenda los efectos de la declaración de independencia para que en las próximas semanas podamos emprender un diálogo”.
El discurso dejó a los observadores desconcertados, ya que se esforzaron por entender si Puigdemont acababa de declarar la independencia[11][12]. Mientras que algunos comentaristas afirmaron que la independencia acababa de ser declarada y puesta en suspenso,[13][14] otros afirmaron que la declaración de independencia había sido pospuesta[2][15][16][17].
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Cataluña es un objeto frágil. Como en muchos otros lugares, la historia ha ensamblado fragmentos sin llegar a fundirlos del todo, dejando cicatrices que recuerdan el esfuerzo necesario para unir lo diverso. Estas cicatrices exigen una atención especial porque, a diferencia de las sociedades en las que las heridas que las produjeron son antiguas y están casi olvidadas, en Cataluña muchas de las heridas todavía supuraban hace apenas unas décadas. Como lo hacen ahora. Desde hace meses, corremos el riesgo de desgarrarlas.
A lo largo del siglo XX confluyeron en Cataluña varias corrientes migratorias que atrajeron, en varias oleadas, a grandes grupos humanos procedentes de otras regiones españolas. Su llegada suscitó recelos y temores en algunos círculos políticos y élites intelectuales locales. El demógrafo Josep Antoni Vandellós fue, en los años treinta, uno de los primeros en expresar su preocupación por los peligros de la inmigración como elemento de descatalanización e inestabilidad social. Muy influido por las ideas de la eugenesia y por el clima de malestar social que existía en Cataluña durante el primer tercio del siglo, propuso medidas de fomento de la natalidad y el uso de la política urbanística para canalizar la inevitable afluencia de personas que llegaban a una región en rápida industrialización y dispersarlas por el territorio. También abogó por la aplicación de políticas de “inmersión cultural”. El temor al efecto diluyente de la inmigración se manifiesta de diferentes maneras en décadas más recientes. Algunos analistas lo ven en la obsesión de Jordi Pujol por establecer estructuras de poder que aseguraran la preeminencia de la cultura catalana. Esta influencia es más clara en líderes nacionalistas que no ocultaron sus ideas xenófobas, como Heribert Barrera.
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Carles Puigdemont i Casamajó (pronunciación en catalán: [ˈkaɾləs ˌpudʒðəˈmon i ˌkazəməˈʒo] (escuchar); nacido el 29 de diciembre de 1962) es un político y periodista catalán de España. Desde 2019 es diputado del Parlamento Europeo (MEP). Exalcalde de Girona, Puigdemont fue el 130º presidente de Cataluña entre 2016 y 2017, cuando fue destituido por el Gobierno español tras la declaración unilateral de independencia catalana[3] Es cofundador de la Convocatoria Nacional por la República (CNxR), líder de la alianza electoral Juntos por Cataluña (JuntsxCat) y fundador del partido Juntos por Cataluña.
Tras formarse en Amer y Girona, se convirtió en periodista en 1982, escribiendo en varias publicaciones locales y llegando a ser redactor jefe de El Punt. Fue director de la Agencia Catalana de Noticias de 1999 a 2002 y director de la Casa de la Cultura de Girona de 2002 a 2004. La familia de Puigdemont era partidaria de la independencia de Cataluña y Puigdemont se involucró en la política cuando era adolescente, uniéndose a la nacionalista Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), predecesora del PDeCAT, en 1980. Dejó el periodismo para dedicarse a la política en 2006, cuando fue elegido diputado del Parlamento de Cataluña por la circunscripción de Girona. Fue elegido concejal del Ayuntamiento de Girona en 2007 y en 2011 se convirtió en alcalde de Girona. El 10 de enero de 2016, tras un acuerdo entre Junts pel Sí (JxSí), alianza electoral liderada por CDC, y la Candidatura de Unidad Popular (CUP), el Parlamento de Cataluña eligió a Puigdemont como 130º[4] presidente de la Generalitat.